jueves, 20 de agosto de 2009

El "Rayito"











Los aficionados al fútbol foráneos han identificado casi siempre dicho deporte en Madrid, únicamente con las imágenes de dos de sus equipos representativos: el Real Madrid y el Atlético de Madrid.

No obstante, como en cualquier otra gran ciudad de la geografía, los equipos de fútbol han proliferado en la capital desde la introducción del deporte en España a finales del siglo XIX. En aquellas primeras décadas, además de los dos clubs antes mencionados, existieron una serie de equipos que mantuvieron una dura y constante pugna deportiva con éllos; los nombres del Racing de Madrid, de la Gimnástica o del Nacional, están presentes en la memoria de los estudiosos de la historia deportiva, además de quedar plasmados en las crónicas de los periódicos de la época.

Al lado de estos clubs que formaban la élite del fútbol en Madrid, iban surgiendo, a lo largo de los años, una serie de equipos que sobrevivían en las diferente competiciones regionales y locales; unos patrocinados por diferentes Empresas de gran nivel (Boetticher, Pegaso, Plus Ultra, etc.): otros formados por entusiastas aficionados de diferentes barrios (Carabanchel , Madrileño , Moscardó, Puerta Bonita, Santa Ana, Ventas o Vallecas pueden ser ejemplos fehacientes), aunque la mayoría de éllos llevaron una trayectoria muy irregular y algunos terminaron desapareciendo, otros siendo absorbidos ( el caso de la A.D. Plus Ultra reconvertido en el Castilla-Real Madrid B es quizás el más conocido), y otros quedaron inmersos en las divisiones regionales más humildes.

Pero, entre toda esta pléyade de humildes equipos, hubo uno, creado como siempre por unos pocos aficionados de Vallecas en 1924, la A.D. El Rayo, que no quiso conformarse con la suerte acaecida a otros similares, y que, después de una trayectoria tan errante como la de éstos, se propuso salir del incógnito y presentar su tarjeta de visita deportiva a otras entidades situadas en los escalones más altos de la competición futbolística.

Así, después del primer ascenso a categoria nacional, el del año 1949 a 3ª división (habiendo cambiado dos años antes su nombre por el A.D. Rayo Vallecano), en la temporada 1955/56 se logró el ascenso por primera vez a la segunda categoría del fútbol español, y, aunque con altibajos en forma de descensos y ascensos motivados en buena manera por diferentes cambios de ubicación de su terreno de juego, en la temporada 1976/77 se consigue el primer ascenso a Primera División sin perder ningún partido en el Nuevo Estadio de Vallecas.

A partir de aquí, la historia es bien conocida. Una serie de descensos y ascensos de Primera a Segunda y viceversa, culminaron en una magnífica participación durante la temporada 2000/01 en la Copa de la UEFA, donde el equipo vallecano, hasta entonces un completo desconocido en Europa, mereció los elogios de toda la prensa especializada por su magnífica trayectoria, que le llevó imbatido hasta los cuartos de final. Después de su mayor racha continuada en Primera (cuatro años), el Rayo descendió a Segunda en el 2003, y al año siguiente a Segunda B, desde donde, sufriendo a lo largo de cuatro largos años pero contando siempre con el apoyo de sus incondicionales, al fin, en la temporada 2007/08 se alcanzó nuevamente el ascenso a la División de Plata, donde se realizó una gran campaña, prácticamente con el mismo equipo de 2ª B, peleando hasta las últimas jornadas de la competición por alcanzar el ascenso a Primera, categoría que es seguro recuperará en un futuro muy próximo.

Pero, una vez dedicados los párrafos anteriores a resumir, en breves líneas, el devenir del fútbol en Madrid, y el del Rayo particularmente, vamos a tratar de descifrar las causas por las que un equipo de barrio modesto, como fue en sus principios y sigue siendo en la actualidad el Rayo Vallecano, no se conformó con asumir ese papel y aspiró a metas más difíciles y elevadas.

Y aquí, ante todo, nos encontramos con un factor fundamental: la afición. El ser del “Rayito” no es, como en el caso de otros equipos, simplemente pagar una cuota e ir un domingo sí y otro no al campo de fúbol para ver un partido y pasar el rato. El rayismo es un sentimiento alojado en lo más profundo del alma de cada uno de sus seguidores. De entre mis ocho nietos hay cuatro nacidos en Vallecas. Los tres mayores tuvieron la desgracia de perder a su padre siendo muy niños, pero, antes de su fallecimiento, mi yerno que era uno de esos aficionados con el sentimiento del rayismo hundido en sus entrañas, comenzó a llevar a su hijo mayor al Teresa Rivero, para que aprendiera a reconocer lo que significaba ser del Rayo y a identificarse con el resto de la afición, muchos de cuyos componentes acogían al niño como algo propio, y le enseñaron a compartir con ellos las alegrías y las tristezas.

Más adelante, hará cinco años, mis tres nietos, ya abonados desde algún tiempo atrás, me empezaron a invitar a acompañarles en los partidos del Rayo en casa. Yo, la verdad, había sido socio y simpatizante del Real Madrid desde muy pequeño, ya que mi padre también lo era, y me mantuve hasta la era Miljanic, cuando, a pesar de ganar el doblete, descubrí que me aburría soberanamente, que los profesionales de la plantilla cada vez sentían menor amor por los colores del club, y que en el fútbol de base (esto lo pudo comprobar yo “in situ”) se enseñaba a los chavales a perder, si se consideraba necesario para los intereses del club. Había tenido la inmensa suerte de contemplar las evoluciones de aquella generación de grandes futbolistas de finales de los años 50 (Di Stefano, Puskas, Rial, Gento, Kopa, etc.), pero, además de los partidos del primer equipo, era muy aficionado a acudir a los partidos del Plus Ultra (que entonces era solamente filial del Real Madrid) y a los del Campeonato de Aficionados. En aquellos partidos descubrí a un equipo aguerrido y luchador, sin demérito de poseer una gran habilidad con el balón, el Rayo Vallecano, del que, al cabo de tantos años, aún recuerdo a dos jugadores que me impresionaron, pequeños de cuerpo pero grandes de corazón y dotes balompédicas; Felines y Potele.

En una época posterior, a principios de los 80, en que me dedicaba a arbitrar partidos de fútbol sala, tuve ocasión de conocerlos personalmente, ya que jugaban en una competición inter-empresas con un equipo de antiguos jugadores del Rayo, y, aún entonces, daban lecciones de humanidad, además de como manejar, controlar y chutar un balón.

Resumiendo, el haber aceptado las propuestas de mis nietos, me hizo abonarme a la temporada siguiente, y, con la actual, ya serán cinco las que llevo siguiendo las vicisitudes del “Rayito” desde mi localidad de la Lateral Baja del Teresa Rivero, encuadrado en la Peña Planeta Rayista, y acompañado por mis introductores, a los que se ha añadido mi nieto más pequeño que, a sus siete años de edad, lleva tres jugando en los equipos de la Fundación Rayo Vallecano.

Ese sentimiento al que hacía mención, como si fuera una infección galopante, se introdujo desde un principio en mi pensamiento, haciéndome ver lo que queda aún de quijotesco y deportivo en un club, encuadrado dentro de unas estructuras como las del fútbol actual mercantilizadas hasta el exceso, y donde el amor a unos colores está hasta mal visto.

Un caso evidente de la fortaleza del sentimiento es el de la actual Presidenta del club, Teresa Rivero, quien proviniendo de una región y un estrato social tan diferentes a los del obrero barrio de Vallecas, sin haber visto en su vida un partido de fútbol ni entender nada de este deporte, al asumir sus funciones no se limitó a sentarse en su poltrona y quedar como mera figura decorativa, sino que se contagió de tal modo del virus vallecano, que se convirtió en la más ferviente seguidora y animadora de su equipo, prohijando bajo su figura maternal tanto a los jugadores que se integraban año tras año en la plantilla, como a los aficionados rayistas, quienes, como buenos conocedores de las personas, la han recibido y apoyado a lo largo de los 15 años que lleva al frente del club, con todo el cariño de que eran capaces, sintiéndola como algo muy familiar, muy suyo, muy vallecano en suma, hecho que no creo tenga parangón en ningún otro equipo del mundo.

La afición del Rayo Vallecano, aunque algunos se empeñen en denigrarla y calificarla de violenta (siempre encontraremos, por desgracia, algún energúmeno dentro de todos los ámbitos de la sociedad), es una afición de carácter lúdico y festivo, que va al estadio, por supuesto, a animar a su equipo con todas sus fuerzas y a llevarle en volandas sin descanso con sus cánticos y gritos hasta alcanzar los más ambiciosos proyectos, pero que, al mismo tiempo, intenta, siempre dentro de lo posible, el hermanamiento con las aficiones de los equipos contrarios, deseando que el fútbol sea una fiesta y no una guerra, y llevando a todas partes el anuncio y la impresión de que, en Vallecas, todos los deportistas y aficionados honrados y pacíficos, vengan de donde vengan, son bien recibidos.

Ojalá siga siemdo siempre así, por el bien del fútbol en general, y de Vallecas y su maravillosa afición en particular, para que mis nietos puedan legar el sentimiento ya expresado a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Asi ha sido, y así será ¡Aupa “Rayito”!

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