lunes, 21 de septiembre de 2009

Una familia muy telegráfica

Tal y como aparece en mi perfil, casi toda mi vida laboral he estado trabajando en los servicios telegráficos españoles, pero no he sido un caso único en mi familia, ya que durante tres generaciones, abuela, padre, tíos y hermano, hemos formado parte de esa pequeña historia de Telégrafos.

Mi padre, nació en Madrid, en la plaza de Chamberí, el 14 de diciembre de 1916. En su nacimiento se da el caso curioso de que sus progenitores trabajaban en los dos sectores de las comunicaciones que tradicionalmente han estado enfrentados, ya que su padre era Oficial de Correos y su madre
Auxiliar de Telégrafos.

Mi abuela, nacida el 6 de septiembre de 1886, había aprobado las oposiciones correspondientes e ingresado en el Cuerpo de Telégrafos el 20 de agosto de 1914, es decir, fue coetánea de Clara Campoamor y Consuelo Álvarez.

Estuvo destinada en la Sala de Aparatos de Madrid, pasando después a la Sección 4ª (Comprobación y Estadística) de la Dirección General.

En enero de 1926 falleció su marido que, por entonces, era Jefe de la Estafeta de Ventas situada al principio de la Carretera de Aragón (hoy calle Alcalá), y quedó a cargo de tres hijos pequeños a los que tuvo que buscar plaza escolar en el Colegio de Huérfanos de Correos, que se encontraba en el Barrio de Prosperidad a la altura de la Colonia El Viso, muy cerca del domicilio familiar en la plaza de Blasco Ibáñez (hoy plaza de Arriba España), colegio y profesores de los que mi padre guardó siempre un recuerdo imborrable y cuyas ruinas tuve ocasión de ver durante mi niñez.

Allí, los tres hermanos cursaron sus estudios, y al terminar el Bachillerato con excelentes notas mi padre se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid.

A principios del verano del año 1936, mi abuela solicitó una comisión de servicio en San Sebastián que le fue concedida, y estando allí la sorprendió el estallido de la Guerra Civil que, en su rápida expansión, la separó de sus hijos a los que no volvió a ver hasta la finalización de la contienda.

Mientras tanto, mi padre tuvo que abandonar sus estudios, siendo reclutado y prestando servicio en el Cuerpo de Carabineros, en labores administrativas, hasta casi el final de la guerra, en que fue enviado al frente durante la Batalla del Ebro, cayendo prisionero de las tropas nacionales poco después, y enviado a un campo de concentración.

Al terminar la guerra, y después de hacer el periodo de servicio militar obligatorio durante tres años, dados sus antecedentes como huérfano de Correos, se presentó a las oposiciones convocadas para Técnico de dicho Cuerpo en 1943, en las que, después de haber aprobado los dos primeros exámenes con una excelente nota, fue denunciado como combatiente del bando republicano y suspendido en el último ejercicio, aunque el número de aprobados hasta ese momento no eran suficientes para cubrir las plazas estipuladas.

La rabia e impotencia ante la injusticia le hizo prometerse a si mismo que no volvería a intentar el acceso al Cuerpo de Correos, presentándose, al igual que sus hermanos, a las oposiciones para Telégrafos, oposiciones que aprobaron los tres. Mi padre ingresó en 28 de marzo de 1944 como Auxiliar telegrafista con un sueldo de 4.000 pts. anuales (las famosas 333,33 mensuales), y fue destinado a Barcelona, volviendo a Madrid para casarse en el mes de octubre de 1944.

Su hermano pequeño, Alfonso ingresó el 8 de julio de 1944, pero como se había presentado también a las oposiciones para la Compañía Telefónica Nacional de España y las había aprobado, no llegó a tomar posesión y pidió la excedencia , haciendo años después la carrera de Ingeniero de Telecomunicación jubilándose como Jefe de Planta en lo que ya era Telefónica a secas..

El mediano, Pedro, fue el primero que ingresó en el Cuerpo, como Auxiliar telegrafista, el 13 de julio de 1943, siendo destinado a Murcia, y posteriormente consiguiendo plaza en Madrid, en la Sala de Aparatos.

En Barcelona estuvo el joven matrimonio unos meses hasta conseguir el traslado a Madrid, con destino a la Oficina de Telégrafos de El Pardo, donde a los pocos días de comenzar a trabajar, el 23 de julio de 1945, nací yo.

Al cabo de algún tiempo pasó a prestar servicio en la Sala de Aparatos de Madrid, donde coincidió con su hermano Pedro, que también había conseguido el traslado, y que unos años más tarde, en 1952, pediría la excedencia para seguir trabajando como transmisor en S.I.T.A., y posteriormente fue destinado a la Habilitación del Centro Regional de Madrid, y poco después, el 22 de diciembre del año 1950 nacía mi hermano Antonio.

El periodo de su trabajo en la Habilitación duró varios años en los que ejerció prácticamente de segundo habilitado, interrumpidos en parte por una grave afección pulmonar que, por fortuna, consiguió vencer, y simultaneándolo con horas extraordinarias en el negociado de administración de Telegramas por Teléfono, hasta que al jubilarse el habilitado (cuyo cargo se había hecho hasta entonces por elección y sin distinción de categorías entre los funcionarios del Centro) e intentar presentarse como candidato, el Jefe de Centro Regional promulgó una orden según la cual no podía presentarse al cargo ningún funcionario que no perteneciese al Cuerpo Técnico de Telégrafos.

Una vez más burlado en sus legítimos derechos, pidió el traslado a la Dirección General, a una vacante que existía en la Oficialía Mayor/Conservación General, donde prestó servicio durante años.

Durante ese periodo, y dado que estaban adscritas a Conservación, tuvo también a cargo la administración de las cantinas existentes en el Palacio de Comunicaciones de Madrid, y fue nombrado varias veces como jefe de expedición en los turnos de verano para la Residencia de Suances, donde coincidió con un ilustre telegrafista, el otrora represaliado César Nieves Guardiola.

Después de aquel destino, y siempre dentro de la Dirección General, pasó a la Sección de Retribuciones y desde allí a la Sección de Giro, donde se jubiló.

Mientras tanto mi abuela había ido pasando por diferentes servicios hasta que se jubiló en la Intervención de Giro del Centro Regional de Madrid el año 1956, después de 42 años de servicio.

Siguió manteniendo contacto con sus antiguas compañeras durante mucho tiempo, juntándose sobre todo en las cafeterías cercanas a la zona de Cibeles, y los últimos años de su dilatada vida (murió en 1978 a los 92 años) los pasó en sendas residencias de telegrafistas, primero en la de la calle Alonso Heredia de Madrid y después en la que posteriormente se inauguró en Boadilla del Monte.

Mi padre iba viendo como sus hijos se hacían mayores, y que los dos pasaban a formar parte sucesivamente del Cuerpo de Telégrafos, con lo que formaban la tercera generación de telegrafistas en la familia.

En septiembre de 1966 aprobé las oposiciones de la Escala Auxiliar Mixta, siendo destinado a Guadalajara, donde prestaba servicio como Habilitado uno de los mejores telegrafistas y personas que he conocido, D. Rafael Delgado Dorrego, que en aquel momento ejercía las funciones de Jefe de Centro accidental al encontrarse de permiso el titular. En Guadalajara estuve hasta finales de 1967 en que conseguí el traslado a Madrid, siendo destinado a la Sala de Aparatos donde, después de un breve paso por el turno completo prolongado, pasé al turno primero firmando el aparato de Radio Canarias.

Posteriormente, en 1972 ascendí al Cuerpo Especial Ejecutivo y fui prestando servicio sucesivamente en el Negociado de Tráfico (1ª vez), Retribuciones, Intervención de Giro, Telegramas por Teléfono y Tráfico Telegráfico (2ª vez), donde permanecí hasta mi jubilación voluntaria en el año 2005 al cumplir los 60 años de edad, justo en el momento en que el traslado del Ayuntamiento al edificio hacía salir los servicios telegráficos del Palacio de Comunicaciones, después de haber permanecido allí durante 84 años.

Mi hermano Antonio que a los 15 años había entrado como ascensorista (aunque su labor consistió en atender la centralita telefónica) en la Escuela Oficial de Conde de Peñalver, aprobó las oposiciones a la Escala Auxiliar Mixta en 1971, siendo destinado a la Sala de Aparatos de Barcelona después del periodo de prácticas. Una vez allí solicitó el traslado a Madrid y se dispuso a hacer el servicio militar obligatorio, que, después del periodo de instrucción, realizó en el Gobierno Militar de Madrid, simultaneando sus obligaciones con prestaciones en la Sala de Aparatos. Al terminar el servicio militar recibió la confirmación de traslado a la Sala de Aparatos de Madrid, donde permaneció hasta 1986, en que inició un periplo por diferentes Gabinetes Telegráficos, comenzando por el de Justicia, después el de Instituciones Penitenciarias, para terminar en la Presidencia del Gobierno, donde presta servicio en la actualidad.

Ambos pertenecemos a la Junta Rectora de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España desde su fundación en el año 2004, entidad cuya creación estamos convencidos que mi padre hubiera aprobado con satisfacción, y en la que se hubiera integrado si hubiera vivido hasta entonces.

Mi padre se jubiló el 1 de enero de 1986 después de más de 40 años de servicio en los que se supo ganar el respeto y la confianza de todos sus jefes y compañeros por su capacidad de trabajo y honradez, y, al igual que había hecho su madre, siguió asistiendo a reuniones periódicas en las que se juntaban antiguos compañeros telegrafistas, gozando de buena salud física y mental en compañía de su mujer, con la que celebró en 1994 sus bodas de oro, mientras iba viendo como se sumaban, primero los nietos en número de cinco y posteriormente los biznietos, hasta ocho.

En noviembre de 2002 fallecía su esposa de forma inesperada, y pocos meses después, víctima de una enfermedad que los médicos no supieron diagnosticar, el 15 de abril de 2003, se reunía con ella.

martes, 1 de septiembre de 2009

Radiografía del Télex

Ahora que la última Central Télex de España instalada en León ha cerrado definitivamente el pasado 1 de junio, dicho servicio ha pasado a formar parte de la historia de las telecomunicaciones, a pesar de haber tenido una importancia muy destacada desde su implantación en nuestro pais en 1954, hasta su desaparición en este año 2009.

Como muestra, os presento un documental titulado "Radiografía del Télex" realizado hacia el año 1970 en Super-8 (con una calidad mediana al haberse convertido primero a VHS y a continuación a ficheros MPEG y FLV) por tres compañeros telegrafistas, A. Gomara, J. Ortega y R. Navarro, y que nos presenta un panorama del servicio, tanto a nivel exterior, como a nivel técnico, de acuerdo con las características de la época.

jueves, 20 de agosto de 2009

El "Rayito"











Los aficionados al fútbol foráneos han identificado casi siempre dicho deporte en Madrid, únicamente con las imágenes de dos de sus equipos representativos: el Real Madrid y el Atlético de Madrid.

No obstante, como en cualquier otra gran ciudad de la geografía, los equipos de fútbol han proliferado en la capital desde la introducción del deporte en España a finales del siglo XIX. En aquellas primeras décadas, además de los dos clubs antes mencionados, existieron una serie de equipos que mantuvieron una dura y constante pugna deportiva con éllos; los nombres del Racing de Madrid, de la Gimnástica o del Nacional, están presentes en la memoria de los estudiosos de la historia deportiva, además de quedar plasmados en las crónicas de los periódicos de la época.

Al lado de estos clubs que formaban la élite del fútbol en Madrid, iban surgiendo, a lo largo de los años, una serie de equipos que sobrevivían en las diferente competiciones regionales y locales; unos patrocinados por diferentes Empresas de gran nivel (Boetticher, Pegaso, Plus Ultra, etc.): otros formados por entusiastas aficionados de diferentes barrios (Carabanchel , Madrileño , Moscardó, Puerta Bonita, Santa Ana, Ventas o Vallecas pueden ser ejemplos fehacientes), aunque la mayoría de éllos llevaron una trayectoria muy irregular y algunos terminaron desapareciendo, otros siendo absorbidos ( el caso de la A.D. Plus Ultra reconvertido en el Castilla-Real Madrid B es quizás el más conocido), y otros quedaron inmersos en las divisiones regionales más humildes.

Pero, entre toda esta pléyade de humildes equipos, hubo uno, creado como siempre por unos pocos aficionados de Vallecas en 1924, la A.D. El Rayo, que no quiso conformarse con la suerte acaecida a otros similares, y que, después de una trayectoria tan errante como la de éstos, se propuso salir del incógnito y presentar su tarjeta de visita deportiva a otras entidades situadas en los escalones más altos de la competición futbolística.

Así, después del primer ascenso a categoria nacional, el del año 1949 a 3ª división (habiendo cambiado dos años antes su nombre por el A.D. Rayo Vallecano), en la temporada 1955/56 se logró el ascenso por primera vez a la segunda categoría del fútbol español, y, aunque con altibajos en forma de descensos y ascensos motivados en buena manera por diferentes cambios de ubicación de su terreno de juego, en la temporada 1976/77 se consigue el primer ascenso a Primera División sin perder ningún partido en el Nuevo Estadio de Vallecas.

A partir de aquí, la historia es bien conocida. Una serie de descensos y ascensos de Primera a Segunda y viceversa, culminaron en una magnífica participación durante la temporada 2000/01 en la Copa de la UEFA, donde el equipo vallecano, hasta entonces un completo desconocido en Europa, mereció los elogios de toda la prensa especializada por su magnífica trayectoria, que le llevó imbatido hasta los cuartos de final. Después de su mayor racha continuada en Primera (cuatro años), el Rayo descendió a Segunda en el 2003, y al año siguiente a Segunda B, desde donde, sufriendo a lo largo de cuatro largos años pero contando siempre con el apoyo de sus incondicionales, al fin, en la temporada 2007/08 se alcanzó nuevamente el ascenso a la División de Plata, donde se realizó una gran campaña, prácticamente con el mismo equipo de 2ª B, peleando hasta las últimas jornadas de la competición por alcanzar el ascenso a Primera, categoría que es seguro recuperará en un futuro muy próximo.

Pero, una vez dedicados los párrafos anteriores a resumir, en breves líneas, el devenir del fútbol en Madrid, y el del Rayo particularmente, vamos a tratar de descifrar las causas por las que un equipo de barrio modesto, como fue en sus principios y sigue siendo en la actualidad el Rayo Vallecano, no se conformó con asumir ese papel y aspiró a metas más difíciles y elevadas.

Y aquí, ante todo, nos encontramos con un factor fundamental: la afición. El ser del “Rayito” no es, como en el caso de otros equipos, simplemente pagar una cuota e ir un domingo sí y otro no al campo de fúbol para ver un partido y pasar el rato. El rayismo es un sentimiento alojado en lo más profundo del alma de cada uno de sus seguidores. De entre mis ocho nietos hay cuatro nacidos en Vallecas. Los tres mayores tuvieron la desgracia de perder a su padre siendo muy niños, pero, antes de su fallecimiento, mi yerno que era uno de esos aficionados con el sentimiento del rayismo hundido en sus entrañas, comenzó a llevar a su hijo mayor al Teresa Rivero, para que aprendiera a reconocer lo que significaba ser del Rayo y a identificarse con el resto de la afición, muchos de cuyos componentes acogían al niño como algo propio, y le enseñaron a compartir con ellos las alegrías y las tristezas.

Más adelante, hará cinco años, mis tres nietos, ya abonados desde algún tiempo atrás, me empezaron a invitar a acompañarles en los partidos del Rayo en casa. Yo, la verdad, había sido socio y simpatizante del Real Madrid desde muy pequeño, ya que mi padre también lo era, y me mantuve hasta la era Miljanic, cuando, a pesar de ganar el doblete, descubrí que me aburría soberanamente, que los profesionales de la plantilla cada vez sentían menor amor por los colores del club, y que en el fútbol de base (esto lo pudo comprobar yo “in situ”) se enseñaba a los chavales a perder, si se consideraba necesario para los intereses del club. Había tenido la inmensa suerte de contemplar las evoluciones de aquella generación de grandes futbolistas de finales de los años 50 (Di Stefano, Puskas, Rial, Gento, Kopa, etc.), pero, además de los partidos del primer equipo, era muy aficionado a acudir a los partidos del Plus Ultra (que entonces era solamente filial del Real Madrid) y a los del Campeonato de Aficionados. En aquellos partidos descubrí a un equipo aguerrido y luchador, sin demérito de poseer una gran habilidad con el balón, el Rayo Vallecano, del que, al cabo de tantos años, aún recuerdo a dos jugadores que me impresionaron, pequeños de cuerpo pero grandes de corazón y dotes balompédicas; Felines y Potele.

En una época posterior, a principios de los 80, en que me dedicaba a arbitrar partidos de fútbol sala, tuve ocasión de conocerlos personalmente, ya que jugaban en una competición inter-empresas con un equipo de antiguos jugadores del Rayo, y, aún entonces, daban lecciones de humanidad, además de como manejar, controlar y chutar un balón.

Resumiendo, el haber aceptado las propuestas de mis nietos, me hizo abonarme a la temporada siguiente, y, con la actual, ya serán cinco las que llevo siguiendo las vicisitudes del “Rayito” desde mi localidad de la Lateral Baja del Teresa Rivero, encuadrado en la Peña Planeta Rayista, y acompañado por mis introductores, a los que se ha añadido mi nieto más pequeño que, a sus siete años de edad, lleva tres jugando en los equipos de la Fundación Rayo Vallecano.

Ese sentimiento al que hacía mención, como si fuera una infección galopante, se introdujo desde un principio en mi pensamiento, haciéndome ver lo que queda aún de quijotesco y deportivo en un club, encuadrado dentro de unas estructuras como las del fútbol actual mercantilizadas hasta el exceso, y donde el amor a unos colores está hasta mal visto.

Un caso evidente de la fortaleza del sentimiento es el de la actual Presidenta del club, Teresa Rivero, quien proviniendo de una región y un estrato social tan diferentes a los del obrero barrio de Vallecas, sin haber visto en su vida un partido de fútbol ni entender nada de este deporte, al asumir sus funciones no se limitó a sentarse en su poltrona y quedar como mera figura decorativa, sino que se contagió de tal modo del virus vallecano, que se convirtió en la más ferviente seguidora y animadora de su equipo, prohijando bajo su figura maternal tanto a los jugadores que se integraban año tras año en la plantilla, como a los aficionados rayistas, quienes, como buenos conocedores de las personas, la han recibido y apoyado a lo largo de los 15 años que lleva al frente del club, con todo el cariño de que eran capaces, sintiéndola como algo muy familiar, muy suyo, muy vallecano en suma, hecho que no creo tenga parangón en ningún otro equipo del mundo.

La afición del Rayo Vallecano, aunque algunos se empeñen en denigrarla y calificarla de violenta (siempre encontraremos, por desgracia, algún energúmeno dentro de todos los ámbitos de la sociedad), es una afición de carácter lúdico y festivo, que va al estadio, por supuesto, a animar a su equipo con todas sus fuerzas y a llevarle en volandas sin descanso con sus cánticos y gritos hasta alcanzar los más ambiciosos proyectos, pero que, al mismo tiempo, intenta, siempre dentro de lo posible, el hermanamiento con las aficiones de los equipos contrarios, deseando que el fútbol sea una fiesta y no una guerra, y llevando a todas partes el anuncio y la impresión de que, en Vallecas, todos los deportistas y aficionados honrados y pacíficos, vengan de donde vengan, son bien recibidos.

Ojalá siga siemdo siempre así, por el bien del fútbol en general, y de Vallecas y su maravillosa afición en particular, para que mis nietos puedan legar el sentimiento ya expresado a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Asi ha sido, y así será ¡Aupa “Rayito”!

lunes, 17 de agosto de 2009

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - y V


En 1950 nació mi hermano Antonio, con lo que ya dejé de ser el único niño de la casa, y terminó mi época de párvulos, comenzando el estudio de la Enseñanza Primaria en el Colegio Ateneo Politécnico, que estaba situado cerca del barrio y dirigido por un telegrafista, el inefable D. Marciano. Este colegio era un verdadero adelantado a su época, ya que, en un momento en que aquello no se estilaba dentro del contexto general de la enseñanza, el Ateneo daba una gran importancia tanto al estudio de las lenguas (francés, por supuesto, ya que el inglés aún no se había puesto de moda), como a la práctica del deporte, a la gimnasia y al baloncesto principalmente, donde los equipos de los mayores estaban debidamente federados en las competiciones regionales. Mi relación con el francés, gracias a las enseñanzas de “Madam” (esposa de D. Marciano), me enseñó a amar este idioma y a seguir manteniendo contacto con él durante toda mi vida.

Pero, como le sucede al protagonista de “La novela de un novelista” de Armando Palacio Valdés, mis días en el Paraiso estaban contados. El fallecimiento de una hermana de mi abuela, la tía Amparo, quien había dejado estipulado con su casero antes de morir, que el piso de la calle Conde de Peñalver 37 en que habitaba, fuera subarrendado a mi padre, trajo consigo que nos mudáramos al barrio de Salamanca el año 1953, con lo que tuve que cambiar las flores, los frutos y la libertad, por el asfalto, el cemento y el tráfico automovilistico de una zona céntrica. Aunque volvía en ocasiones para visitar a mi abuela (en la foto aparezco con mi hermano Antonio en el jardín el año 1956), ya no era lo mísmo; la propiedad del Edén ya no me correspondía. No obstante, el recuerdo de aquella niñez cuyos existencia exprimí al máximo, me acompañará hasta el fin de mis días.


Madrid, agosto 2009

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - IV


En los paseos por la ciudad o por los parques de Madrid, no era nada raro el que saliesen al paso, principalmente de las familias con niños o las parejas de novios, los fotógrafos “al punto”, que con su máquina, su trípode y, sobre todo, su labia, convencían a los transeúntes para que inmortalizaran su imagen, como en la fotografía de la izquierda, en que aparezco con mis padres hecho un verdadero “guiri”, con gafas de sol incluidas.

En un orden menor, también era muy importante para la infancia el mantener estructurada la temporada de cada uno de los diferentes juegos; las bolas, las chapas, el tacón, etc., eran cosas muy serias, que había que programar en su inicio y cierre de campaña. Recuerdo que las bolas las hacía de forma artesanal amasando barro y cociéndolo en el horno de la cocina económica de casa; las que no estallaban, quedaban a prueba de campaña (aunque hay que reconocer que, en algunas, la forma esférica no era lo más perfecta que se pueda imaginar); los que tenían bolas de cristal, eran considerados como seres superiores, e intentábamos por todos los medios lícitos (apuesta en el juego del “guá”, trueque, etc.) el hacernos con alguna de éllas. En cuanto a los tacones, el abuelo de Rafi era un buen proveedor al tirar los tacones viejos que cambiaba a sus parroquianos. Las chapas eran cosa aparte; las buscábamos con afán por el suelo de las terrazas o merenderos, de los que los más famosos del barrio eran el “Airiños” (que tenía también pista de baile para los mayores) y “La Casuca”. Las más habituales eran las de las botellas de cerveza y las de los pocos refrescos que circulaban en aquella época, como el célebre Tri-Naranjus (fórmula del Dr. Trigo) en su botella con forma de tres naranjas unidas que acababan en el cuello alargado con su chapa al final (la Coca Cola y sus derivados no no se conocían entonces, ya que la "yankimanía" no había llegado aún a España, y aparte de los dichos, solo se consumía horchata, agua de cebada y zarzaparrilla en los puestos y horchaterías instalados al efecto).

Volviendo a las chapas, una vez conseguidas había dos formas habituales de juego; el “fútbol”, donde se llegaba a forrar las chapas con tela y se pegaban las cabezas de los futbolistas del momento que aparecían en los cromos, adaptando a la que hacía de “guardameta”, normalmente, un tapón de corcho para que pesara más y aguantara los disparos de los “delanteros”, y el “ciclismo”, donde, en un circuito hecho en la tierra, con sus etapas de “montaña.” y todo, se celebraban tanto el “Tour” como la “Vuelta”, dependiendo de la época del año en que se efectuara el juego.

Por supuesto que existían también otra serie de juegos que venían de tiempos anteriores, como el aro, el diábolo (éstos necesitaban, como es lógico, el aparato correspondiente), así como los clásicos infantiles de toda la vida: el escondite, el escondite inglés, el rescate, tú la llevas (“tula”), pídola, juegos de guerra con espadas y arcos de madera hechos por nosotros mísmos, etc., con lo que los niños no teniamos tiempo material de aburrirnos.

domingo, 16 de agosto de 2009

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - III


Volviendo a mi infancia, aprendí a leer antes que a escribir, a los tres años, ya que el hermano pequeño de mi padre, mi tío Alfonso (con el que aparezco en el porche junto a mi prima María Eugenia), al que le gustaban mucho los “tebeos” de la época (“TBO”, “Pulgarcito”, “Jaimito”,...), los llevaba a casa, y mi natural curiosidad por enterarme de lo que expresaban aquellos “monos”, me llevó a aprender a descifrarlos. A los cuatro años comencé mis andanzas escolares en el colegio de párvulos Ramón y Cajal, en la calle del mismo nombre, chalet cuya entrada daba frente a la Iglesia de la Asunción (donde fuí bautizado) y cuyo lateral estaba enfrente de otro chalet donde vivía un matrimonio de grandes profesionales de la radio, Jesús Alvarez (que después pasó a TVE y cuyo hijo del mismo nombre ha seguido sus pasos) y Beatriz Cervantes. En aquel colegio tuve mi primer y precoz amor platónico en la persona de mi maestra de párvulos, cuya imagen (aunque desgraciadamente no su nombre) aún recuerdo.

Dentro de los momentos más emocionantes de la vida de un niño en aquellos años, hay que hacer mención aparte de la temporada de las verbenas. Las fechas se sucedían, en una verdadera “procesión de santos”, desde San Isidro hasta la La Paloma, pasando por San Antonio y la Virgen del Carmen, llevándonos a aquellas sensaciones de luz, colorido y alegría, que durante el resto del año eran imposibles de suscitar. Hay que comprender que los Parques de Atracciones no estaban ni siquiera en su fase de pensamiento, y que las verbenas, con sus maquinarias, tómbolas, barracas de tiro al blanco, pùestos de comida y golosinas, etc., eran una tentación para cualquiera que pasase por allí.

En nuestro barrio, se solían plantar al otro lado de la avenida de Alfonso XIII, enfrente de la ya susodicha Iglesia de la Asunción, y donde hoy está la salida desde Alfonso XIII hasta la M-30, aunque, al ser un barrio pequeño, no solían tener muchas casetas y atracciones. Pero andando un poquito, podiamos acercarnos hasta los solares de los Nuevos Ministerios (aún a medio construir desde los tiempos de la República), donde las atracciones y demás casetas eran mucho más numerosas.

El “tiovivo”, los “coches de choque”, el “látigo”, la “noria”, eran una fuente inagotable de diversión para niños y mayores que, a veces, pasaban el día entero en el perímetro de la verbena, volviendo ya anochecido a sus casas, cansados, medio dormidos, pero con una sana felicidad que no les cabía en el cuerpo.

Otro tipo de diversión la constituía el cine (por supuesto en sesión doble continua), aunque en mi barrio había que darse una caminata hasta la calle López de Hoyos donde se encontraban, primero y solitario el cine “Moderno” (que después pasó a llamarse “López de Hoyos”), y más tarde se construyó el cine “Covadonga”, aunque también solían darse en verano sesiones al aire libre, que eran una delicia para sacudirse el calor estival viendo una sesión cinematográfica.

También eran muy comunes, tanto en mi barrio como en otros muchos de Madrid, los campos de fútbol de tierra, donde jugaban los equipos de barrio encudrados en las diferentes ligas regionales, y donde, mientras veías el partido, podías “echar a las cartas” que te ofrecía el charlatán de turno, y en las que, si ganabas, obtenías el premio de una bolsa de caramelos o de almendras garrapiñadas.

Pero desde el punto de vista infantil, había un espectáculo público que primaba sobre los demás: el Circo. Entonces, estaba en pleno funcionamiento el circo estable madrileño por antonomasia, el Circo Price (antiguo Circo Parish), situado en la Plaza del Rey, entre la calle Infantas y la calle Barquillo, con la hermosa vecindad de la herreriana Casa de las Siete Chimeneas, que, afortunadamente, aún existe, mientras que el edificio del Price fue derribado para construir una horripilante modernidad. El arrendamiento del Price lo tenía en aquellos años el empresario Juán Carcellé, que también era telegrafista. Al comenzar la temporada, repartía invitaciones entre algunos de sus compañeros y amigos, entre ellos mi padre, por lo que en mi infancia pude beneficiarme con mucha frecuencia de las risas de los payasos, de la habilidad de los malabaristas y acróbatas, de la valentía y destreza de los domadores, o de los vuelos de los trapecistas. Entre estos últimos nunca olvidaré la figura de quien considero la más grande trapecista de todos los tiempos, la canaria Pinito del Oro, cuyos ejercicios en el trapecio, sin red, producía escalofríos entre el público asistente a las veladas.

La radio era otro de los vicios en aquellos años; los seriales (quién de los que haya vivido entonces no se acuerda, por ejemplo, de “Ama Rosa”), pero sobre todo en el campo infantil, “La Tomasica y el Mago”, “Boliche”, “Diego Valor”, “Dos hombres buenos”, hacían que las largas tardes invernales transcurrieran con el oido atento al receptor, emocionándonos con las aventuras que nos narraban aquella pléyade de grandes actores radiofónicos, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Matilde Vilariño, entre otros muchos, haciéndonos volar con la imaginación a los diferentes lugares en que se ejecutaba la acción. Y, ¡que decir de los partidos de fútbol radiados o de las corridas de toros!. La inconfundible voz de Matias Prats (padre) resonará por siempre en nuestra memoria.

sábado, 15 de agosto de 2009

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - II


Pero como todo no va a ser comida vegetariana, por muy sana que resulte, también recuerdo, en los primeros números de la calle Clavileño (a la que daba uno de los laterales de nuestra casa, ya que hacía esquinazo), a la pipera del barrio, cuya mercancia de golosinas como paloduz (ó “paloluz”), algarrobas, caramelos de fresa, limón y menta, pastillas de “leche de burra”, regaliz, chocolatinas de “duro” (envueltas en papel dorado y plateado que imitaba a una moneda antigua de oro o plata), etc, además de las consabidas pipas de girasol o calabaza, cacahuetes (ó “cacagüeses”), almendras saladas o cañamones tostados, estaba al alcance de cualquiera que acudiese con las consabidas “perra chica” o “perra gorda” (así se llamaban las monedas de 5 y 10 céntimos de peseta, verdadero tesoro para los niños de entonces).

El cuadro del comercio de la zona, además de nuestra pipera, se completaba con una carnicería, una pescadería, una panadería (la de Nieves, enfrente de nuestra casa, y con cuyo hijo Antonio solía jugar al fútbol en el terreno intermedio de la plaza, cuyos árboles hacían las veces de porterías), una frutería y una tienda de ultramarinos (con la dueña Valen y su amable dependiente Florencio), donde podías encontrar los comestibles más al uso (dentro de las restricciones que conllevaban las cartillas de racionamiento aún, por desgracia, en vigor). En mi memoria permanecen la máquina del aceite (con su bomba que elevaba y dejaba caer en la botella el precioso líquido), las cajas con su rueda de sardinas arenques, la cuchilla de cortar el bacalao, cuyos estirados lomos se encontraban en una gran pila a su lado, los sacos con las diferentes legumbres, cereales y hortalizas, el olor de las especies y los quesos, en fin, toda aquella presentación de los alimentos más esenciales despachados al por menor, cuya familiaridad han desterrado los actuales supermercados.

También existía una vaquería donde acudíamos, primero con nuestras madres y más delante solos, con nuestra cacharra de leche y donde de unas enormes cántaras sacaban el blanco liquido con las medidas adecuadas para proporcionarnos la cantidad necesaria.

Haciendo un inciso, las vaquerías medraban por todo Madrid. Mi madre que, como ya hemos dicho, había nacido en la calle del Barco, me llevaba todas las semanas a ver a mi abuela materna(que se encontraba impedida), y la mayoría de las veces, antes de llegar, nos parábamos en una vaquería de la calle Fuencarral, dividida en dos partes. La posterior, donde se encontraban los animales, y la delantera donde, detrás de una límpio mostrador, servían unos enormes vasos de leche, acompañados de unos mojicones cuyo tamaño y sabor no he vuelto a ver ni saborear por ninguna otra parte. Todavía a finales de los años 60, ya casado y con hijos, y habiendo comprado un piso en la zona de Pueblo Nuevo, pude acudir a dos de esas vaquerías en mi nuevo barrio; una en mi misma calle, Gutierre de Cetina, y otra en la prolongación de la calle Alcalá, poco antes de la Cruz de los Caidos, aunque cerraron definitivamente poco después por causa de una ordenanza municipal que prohibía tales establecimientos en la capital.

No debemos olvidar a los numerosos vendedores y artesanos ambulantes, cada uno con su pregón y su medio de transporte (a bicicleta, a burro, a pie, etc.), que completaban la oferta comercial. El afilador (casi siempre natural de Galicia) con su pequeño flautín (¡¡El afilaooooor, se afilan cuchillos, navajas, tijeras,...!!), el botijero (¡¡Botija y botijo finoooo...!!, el paragüero-lañador, el mielero (¡¡Miel de la Alcarria!!), el melonero, el colchonero con sus varas..., eran una serie de personajes que desfilaban continuamente por las calles del barrio en su afán de ganarse el sustento.

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - I

Para mejor entender el contenido de estas líneas, hay que contemplar, no el Madrid actual, gran metrópoli con una enorme poblacion y una extensión cada vez mayor, sino el Madrid de posguerra, un poblachón manchego, como siempre había sido, con su gente amable y sencilla, sus barrios cuyo carácter los hacía pequeños pueblos dentro de la ciudad, y cuya capitalidad solo se veía a través de los Ministerios, Organismos Oficiales y demás zarandajas administrativas que conlleva el ser la capital de un pais.

Nací “gato” por ambas partes, ya que mi padre había visto la luz por primera vez en la plaza de Chamberí y mi madre en la calle del Barco (bocacalle que nace en la Gran Vía, entonces Avenida de José Antonio), en el chalet número 13 de la Plaza Arriba España (patriótico nombre que había sustituido al anterior a la guerra civil de plaza Blasco Ibañez más en consonancia con el de resto de las calles con nomenclatura cultural, Clavileño, Gabriel y Galán, Guerrero y Mendoza, Ramón y Cajal, etc., y cuyo nombre aún se conserva en el callejero), que estaba situada en Ciudad Jardín, en la Colonia Primo de Rivera (llamada así, no por el fundador de Falange, sino por su padre el Dictador durante cuyo gobierno se había construido la colonia), el 22 de julio de 1945. En realidad mi nacimiento ocurrió el día 23 a las 0,05 horas, pero como la burocracia de la época obligaba a que el padre inscribiera en el registro a su hijo después de las 24 horas de su nacimiento y antes de las 48, y a mi padre, funcionario de Telégrafos, solo le daban un día libre por mi nacimiento, convenció al médico que asistió a mi madre para que pusiera en el certificado unos minutos menos, con lo que ya podía inscribirme en su único día de permiso.

Ciudad Jardía era un oasis en las afueras del casco urbano, limitado por campos de labor (principalmente el que se encontraba cruzando el límite de la Colonia por la calle Ramón y Cajal, y que se llamaba “las 40 fanegas”), y pinares como el que se iba prolongando hasta la zona de Pinar de Chamartín. Sus calles (sin asfaltar, por supuesto), sus plazas, su pequeño comercio que atendía las necesidades de sus habitantes, hacía que aquel conjunto de viviendas unifamiliares tuviera, más aún, el aspecto de un pequeño pueblo.

El transporte hasta allí era bastante pobre, ya que solamente un tranvía (el 40) llegaba hasta la avenida de Alfonso XIII, y un autobús (el 1) estaba suficientemente cerca, aunque con una buena caminata por zonas sin asfaltar que en invierno eran verdaderos barrizales, para acercarnos hasta el centro de Madrid.

El hotelito en el que nací, había sido comprado por mi abuela (también funcionaria de Telégrafos), al quedarse viuda en los años 20. La vivienda estaba rodeada por un jardín donde, además de los macizos y arbustos de flores (rosales, pensamientos, hortensias, dos grandes lilos uno de flores blancas y otro moradas, etc.), y dos palmeras que sorprendentemente habían arraigado una a cada lado de la entrada, había una serie de árboles frutales, que constituían en su época de cosecha la mayor alegría a la que puede aspirar un niño. Parras con uvas de Albillo, Villanueva, Alicante y Almería, rodeaban el jardín; una enorme higuera que daba dulcísimos frutos, en la parte posterior; un membrillo en uno de los laterales, y, sobre todos ellos, en el otro lateral un almendro cuya altura sobrepasaba la del edificio.

Este almendro daba a la ventana de la habitación en la cual dormía yo, y uno de mis recuerdos más bonitos y queridos, era el despertarme las mañanas de primavera y, al abrir los ojos, contemplar la eclosión de las maravillosas flores blancas del árbol, que hacía pensar en que le había caido encima una gran nevada.

Como los demás hotelitos estaban dispuestos de una manera más o menos parecida, los niños de la zona nos las ingeniábamos para trocar los diferentes frutos de nuestros árboles, a espaldas de nuestras respectivas familias, a las que no les gustaba ese “intrusismo agro-comercial”.

En el hotel nro. 12 vivía mi mejor amigo, Rafi, con sus tías y abuelos, ya que al quedar viudo su padre, había vuelto a su tierra de origen asturiana, dejando al chico bajo la custodia de su familia materna. Los abuelos de Rafi tenían unos albaricoqueros, cuya cosecha era puro néctar, y así en la época de las almendras, agarraba yo un escobón (especie de escoba muy larga que servía para limpiar las telarañas en los altos techos), y golpeando con todas mis fuerzas, hacía caer los almendrucos en el jardín de al lado, donde Rafi los recogía y, más adelante, nos reuniamos a escondidas para el reparto del botín.

En la época de los albaricoques, esperábamos a que su abuela saliera a la compra (ya que sus tías trabajaban en oficinas y su abuelo era zapatero remendón y tenía su taller en la planta alta, por lo que no se enteraba), y junto con otro amigo, Santi, con el que formábamos un completo trío de “malhechores”, entrábamos a saco a recoger directamente de los árboles los suaves frutos, y comíamos hasta que no podíamos más. Yo no sé si se repetía el milagro de los panes y los peces, pero al acabar nuestros refrigerios y volver la vista a los despojados árboles, se veían tan cargados de frutos como antes de nuestra incursión.

Otros hoteles de nuestros vecinos tenían manzanos, ciruelos, moreras, otros tipos de parras, y hasta un granado con sus enjoyados frutos color rubí, por lo que el sustento para unos niños con buen apetito estaba más que asegurado. Por si esto fuera poco, en el campo de “las 40 fanegas” entrábamos a coger garbanzos verdes, cuya grasilla acababa por impregnar nuestra vestimenta, con la subsiguiente bronca por parte de nuestros familiares.

lunes, 29 de junio de 2009

Grandes inventores telegráficos: Baudot










EMILE BAUDOT.


Jean Maurice Emile Baudot.

- Inventor de un sistema telegráfico.
- Nació el 11 de Septiembre de 1845 en Magneux, en el departamento francés del Alto Marne, y murió el 2 de Marzo de 1903 en Sceaux (Hauts de Siene), cerca de París.

Vida del protagonista:

Nacido en una modesta familia de labradores, pasó su niñez y primera juventud en la granja familiar, sin otros estudios que los elementales. En julio de 1870 ingresó en la Administración de Telégrafos, se interesó inmediatamente por los aspectos científicos de su trabajo y decidió continuar su educación, interesándose especialmente por la mecánica y la electricidad.

El 17 de Junio de 1874 patentó su primer aparato como “Sistema de telegrafía rápida” y en 1875 el invento fue aceptado por la Administración francesa, que estableció la primera línea con sus aparatos en noviembre de 1877, entre Paris y Burdeos.

En la Exposición Universal de París de 1878 ganó la medalla de oro y en 1879 le fue concedida la medalla de la Legión de Honor.

En pocos años el sistema de Baudot se extendió por la mayoría de los países de la Unión Telegráfica Internacional. En España se iniciaron las primeras instalaciones, en pruebas, en 1905 y se inauguró el servicio con el enlace Madrid-Burdeos en 1906. Los aparatos baudot se mantuvieron en servicio en la red telegráfica española hasta 1960.

Emile Baudot murió el 28 de marzo de 1903.

En honor suyo se dio el nombre de “baudio” a la unidad de transmisión telegráfica, equivalente a un impulso elemental por segundo. También se ha dado el nombre de escarpe Emile Baudot a una forma particular del relieve submarino del Mediterráneo.

Obra:

El aparato de Baudot fue un sistema múltiplex por división del tiempo que puede considerarse el primer sistema de telegrafía moderna. Lo certifica el hecho de que el código de cinco elementos que utilizaba, ideado por el propio Baudot, fue considerado el código C. C. I. T. nro 1. (En realidad el primer sistema ideado por Baudot utilizaba un código de seis unidades, pero en1876, en una segunda patente, ya utilizó el código conocido con su nombre).

El aparato se componía de tres elementos construidos separadamente: un manipulador, un distribuidor y un receptor. El manipulador tenía cinco teclas, semejantes a las de un piano, que podían conectar a la línea dos estados eléctricos con lo cual obtenía 32 posibles combinaciones (además, asignando a dos combinaciones la posibilidad de cambiar mecánicamente la impresión del receptor, para distinguir entre letras y cifras, tenía 60 combinaciones disponibles, suficientes para transmitir cualquier signo de una correspondencia normal, solución mecánica que ya utilizaba el aparato impresor de Hughes, muy en boga cuando Baudot se incorporó a la Administración francesa).

Las cinco teclas estaban conectadas, por cinco conductores independientes, con cinco contactos situados en un “distribuidor” circular en el que giraba un brazo “portaescobillas” que conectaba, sucesivamente, cada uno de los contactos a la línea. En el extremo receptor, otro distribuidor idéntico, con un brazo “portaescobillas” girando a la misma velocidad, conectaba la línea, sucesivamente, a cinco electroimanes, de forma que cada uno de ellos recibía el impulso que le correspondía.

En el receptor la posición de las cinco armaduras de los electroimanes determinaban, mecánicamente, la selección de la posición de la “rueda de tipos”, que propiciaba la impresión del signo transmitido. El receptor era una adaptación de dispositivos mecánicos ya utilizados en el aparato de Hughes y tenía su propio motor, independiente del distribuidor.

Para el buen funcionamiento del sistema el problema era el conseguir un perfecto sincronismo entre los dos distribuidores, transmisor y receptor. En 1870 los motores eléctricos no ofrecían todavía soluciones adecuadas y los primeros sistemas funcionaron con aparatos de relojería. Además, el distribuidor dedicaba dos contactos para que se enviara un impulso de corrección, que provocara un ajunte mecánico del sincronismo.

La velocidad de giro y el número de contactos insertados en el distribuidor determinaba la longitud de los impulsos eléctricos enviados a la línea. Estos tenían que ser adecuados para que pudieran activarse los electroimanes receptores. La velocidad solía ser de 180 vueltas por minuto. El número de contactos dependía del número de enlaces telegráficos que se pretendía encaminar. Podía se dos (uno en cada sentido de transmisión), cuatro (dos y do) o seis (tres y tres). En España siempre se utilizaron cuatro. En este caso el número de contactos por vuelta eran 20 para los cuatro “canales” y dos para los impulsos de corrección y otros dos (sin conectar) cuyo recorrido equivalía al tiempo de propagación necesario para que la señal llegara al receptor y, podríamos decir que, el aparato “cuádruple” de Baudot funcionaba a 72 baudios.

Bibliografía utilizada.

“Les systèmes de télégraphie et téléphonie – Origines – Évolution – État actuel” – E. Montoriol. Paris 1923. (el libro cita el artículo del propio Montoriol “Baudot et son oeuvre” en Annales des Postes, Télégraphes et Télephones, décembre 191, p. 367 et suiv., que no he podido conseguir).

“Investigación y Ciencia” nro. 338 de Noviembre 2004. “Mediterráneo noroccidental. Relieve submarino”, de Miquel Canals y José Luis Casamor.

domingo, 19 de abril de 2009

El telegrafista del "Titanic"


Al haberse cumplido el pasado 14 de abril el 97 aniversario del trágico hundimiento del trasatlántico “Titanic”, es oportuno recordar el importante papel que el operador jefe de la compañía Marconi, Jack Philips y su ayudante Harold Bride desarrollaron en la historia.
A los pocos minutos de producirse el choque contra el iceberg, el capitán Smith ordenó a los radiotelegrafistas que enviasen, sin cesar, mensajes de socorro, indicando la situación del barco y añadiendo que hacían mucha agua y comenzaban a hundirse.

Inmediatamente comenzaron a utilizar su equipo trasmisor de morse intentando comunicarse con todos los buques que se encontrasen cerca de la zona del naufragio. Fue entonces cuando, el radiotelegrafista jefe Jack Phillips utilizó por primera vez la nueva señal de socorro, S.O.S.

Al poco tiempo el operador del Titanic empezó a recibir contestaciones de otros barcos. La primera respuesta le llegó del buque alemán “Frankfurt” que se encontraba demasiado lejos. La segunda respuesta en llegar al Titanic fue la del “Carpathia”, el cual anunció que acudían a toda máquina en su ayuda, indicándoles que se encontraban a 58 millas y que tardarían más de cuatro horas en llegar. También contestó el “Olimpic”, gemelo del Titanic, que se encontraba a más de 500 millas, rumbo a Inglaterra.
Tanto el oficial radiotelegrafista jefe Jack Phillips como su ayudante Harold Bride, estuvieron emitiendo llamadas de socorro hasta que les faltó la energía eléctrica, es decir, casi hasta que el Titanic comenzó a hundirse.

Cuando el agua casi inundaba su cabina, los dos se colocaron los chalecos salvavidas y se lanzaron al mar, nadando hacia donde se encontraba el bote nº 13, que había dado la vuelta en una falsa maniobra y estaba "con la quilla al aire". Los dos se subieron al bote donde se encontraba el segundo oficial Leitoller y 19 tripulantes más.

Dos horas después, el oficial Jack Phillips murió congelado y su cuerpo fue dejado caer al mar. Su ayudante, Harold Bride se salvó y escribió un libro homenaje a Jack donde denunció que la ley estaba anticuada, que fallaron los sistemas de radiotelegrafía de muchos barcos y que debería de obligarse a los grandes barcos llevar siempre un radiotelegrafista de guardia, como lo hacía el Titanic.

Las autoridades marítimas hicieron caso a estas recomendaciones y desde entonces, todos los barcos de gran tonelaje o pasajeros, incorporaron a su tripulación un radiotelegrafista de guardia.

Como homenaje a su heroicidad, en la Sala de Aparatos de Telégrafos del Palacio de Comunicaciones de Madrid, se instaló una placa en memoria de Phillips.

jueves, 16 de abril de 2009

Viejos cines de Madrid Cine Barceló



Situado en Barceló 11, fué construido por el arquitecto Luis Gutierrez Soto en 1930, con un marcado acento racionalista aunque con ligeros toques de expresionismo y Art Deco. El edificio, cuya principal aportación es la ubicación en diagonal a la planta, contyaba con una sala de fiestas, patio de butacas y con un anfiteatro donde se proyectaban las películas, y al que se accedía por una entrada que Soto siuó en el chaflan.

En 1980, el edificio pasó a convertirse en una sala de fiestas perteneciente a la conocida cadena de discotecas Pachá, siendo reformado su interior por el arquitecto Jordi Goula.

Mitos del cine

A través de este montaje podeis encontrar los bellos rostros de las actrices cinematográficas más destacadas, convertidas ya en mitos, desde el cine mudo hasta nuestros días.

Espero que los aficionados al cine sean capaces de reconocerlas, si no a todas, si a la inmensa mayoría.

lunes, 13 de abril de 2009

¿Morse o SMS?

Para todos aquellos que piensan que todos los sistemas de comunicación modernos son mucho más veloces que cualquiera de los que se utilizaban antiguamente, os presento este clip encontrado en Internet, donde dos morsistas ataviados a la antigua usanza compiten con sus intrumentos telegráficos contra dos jóvenes armados con sus teléfonos móviles, para enviar y recibir un mensaje lo más rápidamente posible.

viernes, 10 de abril de 2009

Fotos de Madrid años 50












Un excelente amigo y fotógrafo, madrileño de pro, aunque afincado desde hace bastantes años por motivos laborales en Oviedo, me ha remitido una serie de fotografias del Madrid de los años 50, antes de su vertiginoso crecimiento, en las que se observan algunas vistas y actividades ya en desuso.

Por orden de aparición, de arriba abajo, podeis ver:

Entrada a la Estación del Norte, Terraza en el Paseo de Recoletos, entrada a San Andrés, Reparto de Cervezas el Aguila (tracción animal), Estación del Norte, Rapsoda en medio de sus oyentes en El Rastro, Plaza de Barceló, Ribera del Manzanares, y Tiovivo instalado en la Plaza Mayor.

Espero que las disfruteis como todos los que hemos conocido ese ambiente madrileño.

miércoles, 8 de abril de 2009

Bienvenidos

A todos aquellos que se sientan identificados con las publicaciones que vayan apareciendo.

A todos los que quieran colaborar con sus comentarios y consejos.

A los que simplemente pasen por casualidad o curiosidad.

Les doy mi mas sincera bienvenida desde esta humilde página.

Espero poder ir llenando los huecos, poco a poco, con vivencias, recuerdos, imágenes ó anécdotas que, además de hacerme viajar en el recuerdo, sirvan para entretener de una forma amable a todos mis visitantes.

Muchas gracias y hasta pronto