lunes, 17 de agosto de 2009

Memorias de un niño en el Madrid de mediados del siglo XX - y V


En 1950 nació mi hermano Antonio, con lo que ya dejé de ser el único niño de la casa, y terminó mi época de párvulos, comenzando el estudio de la Enseñanza Primaria en el Colegio Ateneo Politécnico, que estaba situado cerca del barrio y dirigido por un telegrafista, el inefable D. Marciano. Este colegio era un verdadero adelantado a su época, ya que, en un momento en que aquello no se estilaba dentro del contexto general de la enseñanza, el Ateneo daba una gran importancia tanto al estudio de las lenguas (francés, por supuesto, ya que el inglés aún no se había puesto de moda), como a la práctica del deporte, a la gimnasia y al baloncesto principalmente, donde los equipos de los mayores estaban debidamente federados en las competiciones regionales. Mi relación con el francés, gracias a las enseñanzas de “Madam” (esposa de D. Marciano), me enseñó a amar este idioma y a seguir manteniendo contacto con él durante toda mi vida.

Pero, como le sucede al protagonista de “La novela de un novelista” de Armando Palacio Valdés, mis días en el Paraiso estaban contados. El fallecimiento de una hermana de mi abuela, la tía Amparo, quien había dejado estipulado con su casero antes de morir, que el piso de la calle Conde de Peñalver 37 en que habitaba, fuera subarrendado a mi padre, trajo consigo que nos mudáramos al barrio de Salamanca el año 1953, con lo que tuve que cambiar las flores, los frutos y la libertad, por el asfalto, el cemento y el tráfico automovilistico de una zona céntrica. Aunque volvía en ocasiones para visitar a mi abuela (en la foto aparezco con mi hermano Antonio en el jardín el año 1956), ya no era lo mísmo; la propiedad del Edén ya no me correspondía. No obstante, el recuerdo de aquella niñez cuyos existencia exprimí al máximo, me acompañará hasta el fin de mis días.


Madrid, agosto 2009

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